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Mostrando entradas de abril, 2014

Microrrelato I.

Murió el que pintaba los arcoiris en el cielo después de llover. Murieron los cisnes unánimes en el lago de azur. Murió la muchacha que sacaba de sus mejillas el color para las rosas rojas y de sus ojos el de los jazmines azules. Murió, murieron. El Sol se apagó y la Luna no volvió salir. Y todo lo que ella hizo, fue apretar el gatillo. No sabía que el mundo dependía de ella, porque ella era el mundo.

No me etiquetes, no soy un objeto.

Definirse es limitarse y las personas no debemos tener límites. Aprovechemos esa capacidad de imaginación que nos dio el mundo y hagamos algo grande. Somos más de lo que a simple vista se ve. Es un hecho bien establecido, y un error común, que siempre nos guiamos por la vista y nos olvidamos de lo que el corazón nos dice. Hay que aprender a escuchar al corazón. Dejar de ver a las personas con los ojos, y verlas con los oídos, con las manos, con los labios, con la piel, con el olfato. Somos mucho más de lo que el espejo refleja. No te definas en breves palabras, todo lo que eres no cabría en un libro. ¿Una imagen vale más que mil palabras? No en este caso. No se puede, ni se debe, definir a un ser humano. Somos la excepción de las excepciones. Y lo que podemos hacer no tiene límites... Ríe, sueña, ama, llora, canta, odia, siente, baila, escribe, piensa, lee, ten rabia, ten fe, ten esperanza. Vive.

El arte de hablar con los ojos.

Parte IV. Nina decidió confiar en él, y se sinceró. Abrió su corazón a la persona que en menos tiempo más le había demostrado. - Imagínate. Una niña gordita, con gafas y aparato bucal, siempre de buenas notas, con una pasión por la música clásica y los libros de gente adulta. Prefería quedarme ordenando los libros y juguetes en clase a salir fuera a jugar. Los demás niños siempre me trataron como si no fuera de este mundo, y yo terminé por creerme que era un extraterrestre. Me hicieron creer que ser diferente era algo malo, como si ser como ellos fuese algo bueno. De niña me salvó mi inocencia. Nunca me afectaron las palabras ajenas, siempre fui yo. Me gustaría volver a aquellos años, antes de que empezara a sentir que solo era un estorbo. Santiago la escuchaba y la miraba atentamente. Comprendía cada una de sus palabras. Conforme ella iba hablando, más se sorprendía por como podía esconder tanto. A cada palabra, a cada suspiro, más enamorado estaba de ella. Más seguro estaba de

«... y los sueños, sueños son.»

Escuché que la verdad es como una manta que siempre nos deja los pies fríos y que, por mucho que intentemos estirarla, solo nos cubre la cara.  La verdad es solo otra mentira que nos cubre. Una mentira que llegamos a interiorizar tanto que nos la creemos. La verdad es esa máscara que esconde lo que somos, y nos limita. ¿Quién nos dice que nosotros somos una realidad y no un sueño? Vivir bajo el pretexto de la verdad, de lo que se ve o lo que no se ve. Pero estamos ciegos y no somos nadie para juzgar lo que es verdad.  Si no estamos capacitados para conocer lo que ocurre, no sabemos qué es la verdad y las teorías no son más que suposiciones, ¿qué nos mueve?

90 kilogramos de dignidad.

Mira sus curvas en el espejo y es capaz de estar satisfecha con lo que ve. "Gorda", "ballena", "morsa", "obesa" o "vaca" no son palabras que hagan flaquear su seguridad en sí misma. Dejó a un lado esas revistas de modelos con anorexia como patrón de belleza y empezó a quererse. La gente notó su cambio de ánimo y también empezó a quererla más. "Si tú te respetas, la gente hará lo mismo" solía decir. Empezó a vivir el día en el que dejó de odiarse, el día en que se liberó de sus cadenas y empezó a moverse. No tiene que seguir un patrón, un modelo, no tiene por qué ser nada que no sea ella. Y esa es la verdadera libertad, el verdadero espíritu revolucionario. La gente así es el ejemplo que habríamos de seguir. No preocuparse por ser una imagen, preocuparse por ser personas. Dar buenos abrazos, y no buenas apariencias. Las apariencias decaen con el tiempo, pero la firmeza de una personalidad fuerte perdura. Y esas son las persona

Seguridad.

Mírate al espejo y no sientas ganas de romperlo, ama lo que ves. Eh, eres tú. ¿No te das cuenta de todo lo que está en tus manos? Ese espejo solo muestra lo que te envuelve. ¿Te has preguntado alguna vez todo lo que hay dentro de ti? Cierra los ojos, apártate de ese espejo y mírate. Mírate por dentro. Conócete a ti mismo, a lo que eres de verdad. Y empieza a quererte. Jamás nadie te querrá tanto como tú debes hacerlo. Sé consciente de que tú siempre estarás contigo. No pretendas parecerte a nadie que no seas tú; sé tú mismo. Nada vale más que tu propia forma de ser. No seas lo que esperan que seas, sé lo que tú esperas de ti. Cada persona es un mundo, y tu mundo eres tú. Alguien que no te valora por lo que eres no merece conocer ese mundo. Tú mereces quererte, mereces tener seguridad en ti, mereces tener una dignidad. No dejes que los absurdos prototipos de belleza te roben tu felicidad. Empieza un revolución amando tu cuerpo. Ama tu cuerpo sea como sea. Ama tu forma de ser y ámate a

Sinsentido.

Me he dejado la vida, el alma, la voz y la piel en causas perdidas que han causado pérdidas. Y en una de esas perdí las ganas, me despedí de ellas para siempre, me di la vuelta y eché a correr. Solo volvería a sentir algo parecido a la esperanza si alguien me diese una parte de sus ganas, pero a nadie le sobra. ¿Y ahora quién vendrá a decirme que aún no ha muerto el hombre que dibuja los arcoiris en el cielo cuando llueve? ¿Quién me va a decir que no está todo perdido? Nadie puede entenderme en este punto. ¿Alguna vez has sentido que los días pasan y no hay un por qué? No sé por qué corre el tiempo. No sé qué estoy esperando. Otras veces ese vacío se llena con el eco de su voz. Siempre me rompe los esquemas. Sus dudas hacen brotar lágrimas de mis cuencas y yo creí que ya no me quedaba ni una. ¿Cómo es posible que me deje en las manos de alguien que me ha cambiado el vacío por dolor? Será que sentir, aunque sea sentir dolor, me compensa más que no sentir nada. Y sentirte cerca ya es

El arte de hablar con los ojos.

Parte III.  Habían conocido a la persona capaz de romper todos sus esquemas, de hacer de la rutina la más intensa de las aventuras, de convertir una conversación insustancial sobre una película antigua en el debate más emocionante de la historia. Alguien en quien confiar sin conocerlo, alguien que no te juzgue, que siempre quiera más de ti. Aún no sabían más de ellos que sus nombres, sus trabajos, su físico y la hora a las que solían coger el tren. Aún escondían muchas cosas y querían descubrirlas.  Nina trabajaba como camarera en una tetería muy antigua. Siempre sonreía y se preocupaba porque todo el mundo a su alrededor fuese feliz, pero tanto se preocupó por la felicidad ajena que se olvidó de la suya. Era una chica tímida e insegura, que siempre había estado acompañada por su mala suerte. Nadie veía lo que había detrás de su máscara de bienestar. Santiago no era más que la traducción de este al género masculino. Trabajaba en un periódico poco importante, su vida nunca tuvo emoci

El arte de hablar con los ojos.

Parte II. Nina volvía a estar en aquel mismo lugar donde su vida había dado un vuelco hacía solo unas horas. Se sentía extraña. No estaba esperando al tren, lo estaba esperando a él. Pasaron mil trenes y él no apareció. "Solo fue una maldita ilusión", pensó para sus adentros. No debía ilusionarse, siempre le pasaba igual. Y allí estaba ella, sentada esperando algo que sabía que no iba a llegar, maldiciéndose por haber caído en las redes de aquellos ojos verdes y con un nudo en la garganta que le oprimía todo el pecho. - Hola. La voz grave de Santiago sonó como un susurro pero estalló mil bombas en su pecho. Nina lo miró y no podía creerlo. Por primera vez, había pasado. Su instinto no le falló. - Hola. - Dijo con una firmeza asombrosa. - No sabía si estarías aquí, pero ciertamente tenía ganas de verte. - Yo... no supe localizarte. Y pensé que si viniste en tren, debías volver a cogerlo. - Me gusta tu forma de pensar, ojos negros. Se sintieron tan bien hablando el

El arte de hablar con los ojos.

Dos miradas que se cruzan, dos vidas que se unen en un instante por hilos invisibles de los que solo ellos son conscientes. Hace un instante, dos parpadeos atrás, sus vidas eran tan vacías como la taza del café que habían dejado en sus respectivas cocinas hacía solo unas horas, pero una extraña sensación de plenitud les recorrió el cuerpo desde la punta de los dedos de los pies hasta el último rincón de su cerebro. Nadie podría explicar qué ocurrió en aquel momento, en aquel vagón de tren. En el instante en el que los ojos verdes de él y los ojos azabache de ella tomaron contacto saltaron chispas, pero fue tal la energía desprendida que ambos dirigieron su mirada hacia el suelo. Sintieron miedo ante tanta intensidad. Pero poco después, volvieron a necesitar sentir ese escalofrío, esa sensación tan intensa, y volvieron a mirarse. Esta vez durante un período superior de tiempo, suficiente para que ella esbozará una sonrisa inconsciente y a él le diera un vuelco el corazón. No podían deja

Guía para perdonar y no equivocarse.

El perdón no es una decisión consciente casi en ningún caso. El perdón es algo que tu corazón decide ejercer cuando tu mente no te grita un "eres tonta". Desde que somos niños de párvulos, nos han enseñado que hay que aprender a perdonar, y que un "lo siento" lo arregla todo. Siempre. Yo vengo a desmontar esta teoría que defiende que solo el perdón nos dará la felicidad y que el rencor es completamente innecesario. Hay actitudes que no merecen ser perdonadas. Los "lo siento" por inercia no significan arrepentimiento. El rencor, el dolor por un engaño, nos hacen sentir humanos. La felicidad también implica momentos en los que las decisiones hagan daño. Todos podemos cometer errores. Es más, todos los cometemos. Pero tras un error, hay dos opciones posibles:  1º Aferrarse al "sigo teniendo razón" y 2º Arrepentirse con sinceridad y reconocer el error. La primera actitud, además de denotar una increíble falta de madurez en la persona, impiden por c

Olvido, rechazo.

¿Por qué nos cuesta tanto decir que no? ¿Negarnos a lo que sabemos que no nos conviene? A veces nos sobra orgullo, otras nos falta amor propio.  Las cosas se acaban, ¿sabes? Todo tiene un final. ¿Por qué nos empeñamos en alargar las despedidas? Tal vez esto no acabe, no tenga final, no haya una despedida. Porque, tal vez, nunca existió. ¿Quién me dice a mí que no me mentiste en cada susurro? Tenía mucho pensado en decirte. Tengo muchas palabras atravesadas en la garganta. Pero acabo de recordar que ya solo me escribo para mí. Y yo nunca me olvido, yo nunca me rechazo, yo siempre estaré conmigo. Y tú no. Llámame orgullosa pero, ¿quién sale perdiendo?

El porque es que no hay por qué.

Algo que me impulsó a volver a escribir, fue que pensé que tú me leías. Y ese fue mi error, porque yo no escribo para nadie que no sea yo misma. Y hoy me retracto, porque rectificar es de sabios, y no sé si seré sabia, pero no quiero ser una ignorante. Así que vuelvo a escribirme a mí. A escribir por el lujo de escucharme, para encontrar mi paz, para aclarar mis ideas y deshacer el nudo de pensamientos de mi cabeza. Hay tantas cosas por las que escribir, tantos motivos, tantas razones. Y tantas cosas sobre las que hacerlo, en tantos ámbitos y en tantos sentidos. Usaré la palabra como medio para reflejar mi alma, lo intenté mirándome al espejo, pero no dio resultado. Ese espejo no reflejaba lo que yo sentía. Y el sentido del sentir es más relevante que el de la vista.  Dedicaré a esto mi tiempo y mis ganas y, si nadie me lee, ya lo haré yo. Haré una lista con todas las cosas sobre las que quiero escribir, y la dejaré en blanco. Porque escribir, no es una afición, ni un oficio, ni

Oda a ti.

Hay veces en las que merece la pena dejar el orgullo junto con ese libro de hojas rotas, la guitarra sin cuerdas y el jersey que ya no te pones; abandonados en una esquina de cualquier parte donde no moleste. Hay veces en las que merece la pena y personas por las que merece la pena. Porque la mayoría de los momentos van determinados por un alguien situado en ese espacio-tiempo. Y por eso se definen los momentos, por la gente que está en ellos.  Y hoy estoy yo aquí, pero no soy yo lo importante. Lo importante es que estás tú. Pero más importante es que no sé cuánto va a durar este momento. Por eso me aferro a cada instante, arrastrándote a ti y jurando un motivo por el que te quedes. Porque no soporto la idea de quedarme sentada, y ver cómo te alejas sin mover un dedo. No soy yo esa clase de persona inmóvil ante las adversidades. Yo necesito saber que me dejé la vida para no sentirme aún más vacía el día que te vayas.  ¿Sabes por cuántas personas me tragué yo el orgullo, a parte de

Bajo control.

Hoy me paré a observar, como casi a diario. Como por costumbre y por rutina. Pero observar y reflexionar sobre lo que veo es la rutina menos monótona que jamás pueda existir, ya que nunca se mira dos veces de la misma manera y siempre acabas encontrando nuevas mentiras. Y hoy, hoy precisamente lo que observé, y lo que vengo aquí a contar, es sobre cómo funciona esto que nos rodea. Es una pregunta sencilla y concisa, a simple vista, pero su trasfondo es mucho más amplio y ambicioso de lo que puede parecer. ¿Alguna vez os habéis planteado esto? Qué mueve a la gente, qué mueve el mundo, qué hay detrás de lo que ocurre a nuestro alrededor (porque siempre hay algo detrás…). Esta pregunta es de la que más ansío hallar la respuesta. Y tal vez sea un error por mi parte, porque tal vez el ser humano no sea más que una mal formada especie y no esté capacitado para dar respuesta a tal. Pero tal vez si analizamos con cuidado podamos al menos entender cómo funciona el mundo que hemos creado, e

Sshh...

Hay cosas buenas que llegan y no avisan. Que te ponen los pelos de punta mucho antes de llegar, que hace que en los segundos previos a su llegada te arda el estómago y que pierdas la noción del tiempo durante el rato que se queda. Y después, no puedes dejar que se vaya. Alargas la despedida a pesar de ser el momento más triste. Porque más triste que la despedida, es la ausencia. Es mejor estar triste contigo que feliz sin ti. Y es que sí, me refiero a ti. Tú eres esa cosa buena que llegó sin avisar, y que no pienso dejar que se vaya. Tú me pones los pelos de punta estando lejos, y cuando te veo llegar muero de nervios por dentro, y cuando estoy contigo vivo en una nube. La realidad se evapora, todo lo malo tiene menos impacto si te tengo aquí. Por eso… por eso no te vayas nunca. Alarguemos la despedida, por muy dolorosa que sea. Tú solo susurra esos “cinco minutos más”.

Despedidas.

Hay que saber decir “adiós”, aunque te dejes media vida en ese susurro y lo hagas sabiendo que nada volverá a ser igual. Hay que saber pasar página aunque en ella estén los versos más preciosos que tus labios jamás han pronunciado. Hay que aprender a dejar a un lado los buenos momentos para que otros mejores vengan, aunque esos mejores no sean ni la mitad de buenos que los peores, porque nunca son igual… Hay cosas que no se repiten, pero hay que dejarlas ir. Vivir con dinamismo y aprender a cambiar. No estoy diciendo que sea fácil desprenderte de una parte de tu vida, dejar que todo se desmorone a consciencia y no morir en el intento. A mí jamás me fue fácil. ¿Qué opción nos queda? Por mucho que duela, que moleste, que nos joda, las cosas se acaban y el tiempo pasa. Mañana no será igual que ayer, y el presente ni existe . Y ahora, me quedaría aquí escribiendo, encontrando mi paz. Alargaré este susurro hasta que tenga las fuerzas suficientes para decirlo. Alargaré el bienestar enco

última oportunidad.

El tiempo. El tiempo pasa muy rápido. Pasa demasiado deprisa. Corre, vuela. Y yo, yo estoy aquí sentada, parada, mirándolo pasar sin mover un dedo. Vivo sobreviviendo y eso no es vivir. Solo vive quien disfruta de la vida y ese no es mi caso. Pensé tantas veces en desistir. En hacer una raja vertical en mi antebrazo, en un tiro en la sien, en una accidental caída desde un noveno. Pero creo que existen otras opciones. Otras vidas, otras oportunidades. Tal vez me haya perdido en esta rutina, me esté ahogando en un pozo en el que yo misma decidí entrar, pero eso no significa que no pueda salir del laberinto del día a día o que alguien tire una escalera al pozo y pueda salir de él. Quiero darle un giro a mi vida para comprobar si aún puedo ser feliz. Pero solo hay una manera, solo me queda una forma de hacer que mi vida cobre sentido; cambiarla por otra. Por eso planeo mi huida. ¿Cuándo? ¿Hacia dónde? ¿Con quién? No lo sé. Pero necesito escapar. No es un capricho, es una necesidad. Me