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Mostrando entradas de agosto, 2015
Cómo disuadir los fantasmas de un pasado que no es el tuyo. Cómo enfrentarte a un enemigo que nunca has visto. El pasado no puede cambiarse pero siempre podemos hacer como que ya no nos importa, lo difícil es admitir que ya pasó y no guardar cada recuerdo como si existiese en el presente.
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Los buenos momentos pasan efímeros. Nunca existen en el presente porque antes de vivirlos ya se han esfumado y quedan atrás, siendo una pieza más en el puzzle de lo pasado. Los colores del atardecer se desvanecen y el oscuro de la noche se come el cielo antes de que nuestra retina capte la majestuosidad del momento. Es más fácil disfrutar lo que desaparece pronto, porque siempre esperas que vuelva y, cuando llega, vuelas.
Ahora que la poesía ya no rima, que todas las paredes son del mismo color y que a nadie parece importarle si el cielo se tinta de rosa a media mañana, ¿me dices tú dónde empieza y dónde acaba la vida? Yo tengo algunas ideas sobre los límites ilimitados de un mundo sin fronteras pero lleno de barreras... La vida empieza en un llanto que acaba en risa por cosquillas y termina cuando la carne de sus manos se pudre de no rozar el cielo con las yemas de los dedos. La vida empieza donde empieza el horizonte y termina cuando pisas tierra firme del revés. La vida empieza en el calor de una espalda y no termina nunca mientras dure la luz de la luna.
Y si un rayo de luna significa ilusión, ¿qué importa perseguirlo hasta perderse? De ilusiones se vive hasta que nos da la gana. O hasta que aprendemos a digerir la realidad, que sólo puede comerse cruda. El ser humano es omnívoro porque se lo traga todo, y si nos tragamos cruda realidad y precocinados los problemas, ¿por qué no aliñarlo con espejismos? Tal vez las ilusiones sean lo más real que nos queda incluso cuando no nos queda nada. Es difícil saber qué es real y qué no cuando todo confluye en un mismo río, cuando los colores se confunden y todo el mundo necesita gafas (pero nadie se quita la venda). Pero hay algo que siempre será real: el dolor. El dolor es real y te da pistas sobre dónde se esconde lo demás. Si te duele imaginar no tenerlo, es real. Si te carcome por dentro un atisbo de odio, es real. El dolor es la mejor unidad de medida.
Las mejores cosas son las más pequeñas. Milésimas de segundo hacen el mundo grande. Un beso antes de bajar del coche. El cielo lleno de colores dulces al atardecer. La respiración de otra persona en el cuello. Las nubes que parecen algodón de azúcar. Los primeros diez segundos de tu canción favorita. Un halago sincero. Cuando premian tu esfuerzo. Levantarse de buen humor. Hacer planes de futuro. Encontrar a alguien que te gusta de verdad.
Es fácil (e incluso lógico) pensar que si sólo escribo sobre cosas tristes es porque siempre estoy triste. Pero la realidad es que mi vida está llena de cosas buenas que guardo en el cajón del egoísmo y que no quiero compartir. Los momentos de tristeza hay que compartirlos para que se hagan más amenos y llevaderos, claro, pero la alegría que persiste es mejor guardársela, conservarla para que no se acabe y compartirla sólo con aquellos que quieres ver felices para siempre. La soledad y la felicidad conservan cierto parecido: sólo tienen algún sentido si son compartidas. Las cosas tristes pesan demasiado en mis hombros y por eso las escribo. No es cuestión de ser depresiva, es por pura comodidad. Soy más feliz escribiendo cosas tristes.  Si no sabemos qué es la felicidad, ¿por qué juzgamos la del resto de la gente? Las cosas buenas tienen el peso de una pluma y además son siempre un peso compartido. Hasta los recuerdos malos pueden ser momentos positivos si los compartes. Supongo
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¿Cuánto vale un corazón que está podrido de amar?
Es difícil encontrar un equilibrio en el que te valores sabiendo que no eres especial, que no eres diferente al resto, que también eres prescindible, que el lugar que ocupas es el hueco que dejó otra persona, que no sabes hacer mella. Es fácil decir "quiérete" y es fácil decir "te quiero", pero es imposible sentir que las cosas son reales cuando solo vas dando tumbos entre el ayer y el mañana. Y cómo duele intentar valorarse cuando no vales más que lo que fuiste ni valdrás más mañana, cuando solo eres un grano más en la montaña. Al final solo recojo fracasos aunque siempre mil ilusiones, y se ve que soy la excepción que confirma los refranes. Voy a sembrar tempestades a ver si me llueve y florece algo aunque sea las ganas de irme.