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Mostrando entradas de julio, 2015
Hoy es uno de esos días en los que tanto ansío la soledad. No quiero ver a nadie, no quiero hablar con nadie. Estoy cansada de ser una pieza suelta que va dando tumbos pero nunca encaja del todo en ningún puzzle. Mi intuición no suele fallar, cuando inspecciono la maraña siempre encuentro cabos sueltos. Ya no importa lo que piensen, ni me importa que nadie lea esto. Solo me importa la paz, la calma interna y el bienestar conmigo misma. Ese lujo que llevo persiguiendo varios años y que aún me trae de cabeza. Los sueños raros que acontecen en mi mente me dejan varias pistas sobre cómo avanzar, pero al despertar solo son imágenes difusas. De esta noche puedo recordar a Alberti sentado en un banco, un bus en Buenos Aires y unos zapatos de tacón con los que podía correr. Coser no es lo mío, y ya no puedo hilar las pistas. Como siempre, me dejaré llevar. Aunque ya no sé si es un error. Y hay quien cree que a mí me gusta hundirme, que me gusta inventar problemas que no hay. Y aún no sé cómo
Una gran maraña de dudas se come lo que quedaba de mi cerebro. Ya nada parece tan fácil como hace un tiempo. Tomar decisiones es un imposible, una hazaña dura y estrepitosa de oscuro final. Cada vez son mayores mis deseos de correr a una esquina y hacerme un ovillo y no saber nada de nadie en mucho tiempo. Sigo sin saber si no siento o si siento demasiado. Llevo estancada en este escalón demasiado tiempo. A veces parece que lo subo pero la realidad es que no, este parece mi hogar aunque no tan dulce. Siempre temo que duden pero se me olvida que yo también lo hago. Y siempre dudo de mí. Sé que no estoy a la altura por mucho que crezca. Sé que hay cosas que no van a cambiar y que no podré hacer que cambien. Se supone que son cosas que se reconocen con sólo verlas. Nuevas experiencias, nuevos retos. Jamás me conformo con nada, aunque lo tenga todo. ¿Y si tenerlo todo no significase nada para mí? Para vosotros esto carecerá de todo sentido, pero realmente tengo la cabeza echa un lío.
Hay gente que dice que las personas tristes son las que no salen de casa, las que prefieren leer, escribir, escuchar música o dibujar gente bailando antes que salir a beber y a no pensar. Hoy tengo que contradecir esa creencia. Una persona triste se deja llevar por los hilos de la rutina más fácilmente. Alguien feliz es capaz de elegir, y quien elige alegremente elige vivir, no sobrevivir. Y para vivir hay que sentir. Y siento decir que en un mundo tan frío como el nuestro es más fácil sentir a solas o en compañía limitada, con unos cuantos libros, música de fondo, un lápiz o un mechón de pelo entre los dedos, unos labios cerquita del cuello y muchas ganas de volar. Me siento sola entre tanta gente sin aliento ni alma, lo siento. No soy una persona triste, soy una persona que se ha cansado de fingir y confundir felicidad con ignorancia.
Un ambiente nihilista acecha y carcome los rincones de un mundo ya carcomido, de nuevo, por el desencanto. ¿Lo notáis vosotros también o va a ser cierto eso de que es cosa mía? Ya no lo creo, no. No creo ser yo la única. Sé que vosotros también podéis oler el miedo y el asco, el odio y los engaños desde muchas leguas de distancia. Lo gris del mundo ya no se esconde, grita para ser encontrado y disfruta con el desespero de una esperanza que se agota y se renueva y se agota de nuevo. La tercera guerra mundial está a la vuelta de la esquina y no, no será por un agotamiento de los recursos, será por agotamiento de las ganas. Ganas de seguir fingiendo que todo va bien, que este es el curso natural de las cosas, que no perdimos el camino hace mucho. Aunque esto también es un recurso, claro. Mientras todo va pudriéndose, yo espero seguir reinventándome cada mañana. La verdad está muy lejos, pero por lo menos espero no anclarme a una sola mentira.
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Cuando Misantropía encontró a Filantropía y se enamoraron por desencanto banal.