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Mostrando entradas de abril, 2018

Poema V

Para que tú me oigas  mis palabras  se adelgazan a veces  como las huellas de las gaviotas en las playas.  Collar, cascabel ebrio  para tus manos suaves como las uvas.  Y las miro lejanas mis palabras.  Más que mías son tuyas.  Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.  Ellas trepan así por las paredes húmedas.  Eres tú la culpable de este juego sangriento.  Ellas están huyendo de mi guarida oscura.  Todo lo llenas tú, todo lo llenas.  Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,  y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.  Ahora quiero que digan lo que quiero decirte  para que tú las oigas como quiero que me oigas.  El viento de la angustia aún las suele arrastrar.  Huracanes de sueños aún a veces las tumban.  Escuchas otras voces en mi voz dolorida.  Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.  Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.  Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.  Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.  Todo lo ocupa
El sentido de la autodestrucción me invade en los días malos. Últimamente cada día me parece el peor día de mi vida y me vienen a la cabeza pensamientos como: ¿Recuerdas aquella vez hace 6 años cuando te dijeron amargada? ¿Y aquella otra en la que te dijeron fea? ¿O cuando te dijeron que estudiases algo más fácil, que no eras tan inteligente? Me tropiezo con la piedra, la recojo y la pongo un poco más delante para volver a tropezar. Y sólo quiero encontrar el valor para decirte cuánta falta me hace que vengas a verme sin avisar, cuánto te pediría un abrazo y cómo me muero por sentirme protegida. Nada de eso vale, porque soy yo y mi odio hacia mí frente a todo, una vez más.
De pronto me veo arriba, de golpe estoy abajo. Y a golpes será como aprenda que ante mis miedos estoy sola y que sólo yo puedo cumplir las promesas que me hago. Me cubro de certezas que no tengo claras para tener una base sobre la que apoyar el pesar de no saber quién soy y que nadie lo entienda y me ayude a conseguirlo. Sólo encuentro la falsa aprobación del romanticismo de lo débil pero nunca una piedra angular que soporte este puente. Sólo quiero cruzar este río, en la otra orilla el agua está calma, más clara, más azul. Yo me quedo en los remolinos acurrucada entre dos piedras cansada de pedir ayuda a los transeúntes que me arrojan su limosna y se van, sin más, o se quedan mirando desde la distancia diciendo "tú puedes". Si pudiese no te pediría ayuda. Una vez negada bajo la comodidad del "no hay nada que no puedas hacer sola" el camino es todo una pendiente llena de trampas: ahora que sé que me miras tengo que hacerte creer que tu esperanza puesta en mí tiene u