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Crecer siendo emocionalmente compleja te hace vivir acostumbrada a un gran abanico de emociones, nunca pensé que algo me pudiese pillar por sorpresa. Después de vivir planificando mis días por horas, de pronto y sin aviso, me vi sin saber cuál sería mi siguiente paso, y entonces llegó un sentimiento que aún nunca había llegado: me sentí perdida. Hay días que lo siento como algo emocionante (por primera vez, casi no tengo ataduras) y una oportunidad de buscar mi verdadero yo, mi verdadera vocación, lo que me hace realmente feliz y entonces trazar un plan definitivo. Pero la mayoría de días se siente un punto triste, vacío, tremendamente pesado y brutalmente solitario. Es fácil agotar la paciencia cuando todo lo que quieres hacer es saltar. ¿Cómo sabes si estás haciendo todo lo que puedes hacer?
Me cerré. Ni siquiera sé cuándo pasó, quizás fue como cuando llegas tarde a casa y cierras tan despacio que al final todo pasa sin hacer ni un solo ruido. Ahora solo sé que esa puerta está cerrada porque no sé cómo abrirla. Dejé tanto fuera, que ya se habrá echado a perder, desvaneciéndose con el tiempo y la falta de interés. ¿Dónde están las ventanas abiertas? Quizás nunca debí cerrar. Ahora todo lo que queda dentro se concentra y se vuelve más pesado. 
 La gran euforia de redescubrirte cuando llevas un tiempo adormilada entre confusiones. Recordar que eres alguien más allá de eso que te duele, que existes fuera de lo que te nubla la mente y que tienes algo que ofrecer, y por encima de todo, eres. Recuperar la esencia. 
Aún no he identificado de dónde viene la calma que me da mirar el mar, si será el horizonte o si serán las olas, incluso he llegado a pensar que no existe una respuesta lógica y me gusta la idea de algo que se escape a mi control, que venga tan adentro. Pero cada vez que estoy frente al mar lo siento como una verdad absoluta y nada importa más. Las cosas deberían ser así, son cuestiones, sólo sintiendo.
No hay mayor abandono que no ser a quien acudan cuando tiemblan. No hay mayor desesperación que no poder acudir a tu refugio porque ya no confías en sus paredes.
Cuánto de lo que se hace es puro individualismo, y aun así se disfraza de bondad. No sabríamos ni encontrar la raíz.
Es extrema la soledad que llena una cabeza. Es asolador el vacío que se te queda ante la mirada de un mundo falso. Pero aún mayor es la esperanza cuando encuentras un atisbo de realidad, y te aferras, y me lleva el viento agarrada en un diente de león.