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Mostrando entradas de diciembre, 2014

Mi nombre es Margulis.

Primer Capítulo.     Cuando los gritos empezaron a retumbar en mi cabeza el sol apenas empezaba a despertarse. Aquel recurrente sueño me atormentaba cada noche desde hacía algunas semanas. Intenté volver a dormir, pero no obtuve buenos resultados. Una vez más, había sido derrotada por mi propia mente. Frustrada me levanté de la cama, encontrándome de frente con el frío cruel de la habitación oscura. Recorrí a tientas los pasillos del piso de sesenta metros cuadrados en pleno centro de Barcelona y llegué hasta la cocina. Encendí la tele y me volví a encontrar de frente con el frío cruel del mundo oscuro: masacres en Siria, peleas de parvulario en el Parlamento, miradas vacías, gente sin alma. Encendí un cigarro mientras calentaba el café. No sé cuánto tiempo pasé con la mente en blanco, en aquella fría cocina gris, sólo sé que cuando el reloj dio las ocho volví a la realidad. Las clases empezaban en una hora. Me metí en la ducha, no quedaba agua caliente. Me resigné ante tanto drama

Pérdida (de tiempo).

Perder el tiempo en alguien que creías que te entendía de verdad, y cuando te alejas dos centímetros vuelve grises sus palabras hacia ti. ¿Sabes cuántas veces he escuchado decir que sólo quiero llamar la atención? ¿Que mi vida gira entorno a una gran mentira? ¿Que no sé ni lo que quiero? Miles. Cientos de miles. Y hasta llegué a creerlas y eso me hizo estar peor en aquellos momentos. Pero llegabas tú y me hacías sentir que todo estaba bien, que todo era mi mente, que podría con ellos y con todo. Y ahora tú me gritas esas cosas en silencio. ¿Has olvidado que yo soy de las que saben usar los ojos? No puedes esconderme nada. Todas esas cosas que a ti misma te ocultas a mí me las enseñas, me las subrayas con amarillo y me pides de rodillas que las mire. No puedes escapar. Pero no me duele nada de lo que pudieses decirme porque te equivocas, te equivocas como en casi todo lo que haces y no quieres darte cuenta. Y te equivocas por esos aires de superioridad que has adoptado, que no son to

Nunca aprendes.

No podrías perdonarme aunque te lo pidiese de rodillas. No podrías perdonarme de la misma manera que nunca podrías perdonarte a ti mismo. Sabes que aún no estás en paz contigo mismo, sabes que aún no has alcanzado esa estabilidad, pero cierras fuerte los ojos y gritas para alejarte de lo que te rodea. ¿Olvidas que yo sabía que te pasaba algo incluso antes de verte? Tus ojos dicen tantas cosas. Tantas cosas que tú nunca te atreverías a decir. Y ya ni siquiera los miro, porque es como abrir la puerta de una nave espacial y tirarse a un vacío de cuatrocientos kilómetros. Ni siquiera voy a desear que te vaya bien. Intenté acompañarte, intenté estar a tu lado y sacarte de ahí. Pero tus uñas siguen cavando un pozo que te arrastre al infierno.

Ciclo.

Sencillamente, hay cosas que no esperas que pasen. No hay lugar en tu mente para que se provoquen. Pero todo empieza a cambiar y dejas que se te escape de los dedos. Sientes que pierdes el control, que ya no llevas las riendas. Cuando quieres dar un paso atrás ya estás cayendo de espaldas al abismo y no se puede volver a subir. En apenas un parpadeo nada parece lo mismo. No sé exactamente en qué lugar estoy. Me doy cuenta de que no estoy viviendo, que simplemente dejo correr el tiempo y eso me agota. Me agota pero es difícil encontrar lo que buscas cuando no sabes qué estás buscando. ¿Sabes esa sensación de que la rutina te anula? ¿Que todo te puede? ¿Que no importa cuánto hagas porque nunca será suficiente?