El arte de hablar con los ojos.

Parte III. 

Habían conocido a la persona capaz de romper todos sus esquemas, de hacer de la rutina la más intensa de las aventuras, de convertir una conversación insustancial sobre una película antigua en el debate más emocionante de la historia. Alguien en quien confiar sin conocerlo, alguien que no te juzgue, que siempre quiera más de ti. Aún no sabían más de ellos que sus nombres, sus trabajos, su físico y la hora a las que solían coger el tren. Aún escondían muchas cosas y querían descubrirlas. 
Nina trabajaba como camarera en una tetería muy antigua. Siempre sonreía y se preocupaba porque todo el mundo a su alrededor fuese feliz, pero tanto se preocupó por la felicidad ajena que se olvidó de la suya. Era una chica tímida e insegura, que siempre había estado acompañada por su mala suerte. Nadie veía lo que había detrás de su máscara de bienestar. Santiago no era más que la traducción de este al género masculino. Trabajaba en un periódico poco importante, su vida nunca tuvo emoción y siempre fue "el marginado". Le costaba hablar con la gente porque de pequeño sufrió las burlas de sus compañeros de clase por no ser totalmente normal. Ninguno era completamente normal pero, ¿qué problema había? Nunca habían hablado de sus pasados, pero era como si ya se conocieran y los conocieran. Pero las conversaciones se iban agotando y un día decidieron hablar de ello.

- A veces me cuesta encontrar un motivo por el que seguir.
- Solía pasarme lo mismo, hasta que te vi. Ahora tengo un motivo para no colgarme de una soga.
- No digas eso ni en broma, Santiago.
- Hay opciones más agradables que la soga, cielo.

Las conversaciones sobre inseguridad, suicidios, depresión y falta de autoestima se convirtieron en unos de sus temas predilectos. Nunca habían tenido la oportunidad de hablar con nadie de esto antes, claro. ¿Con quién podrían haberlo hecho? Pero ahora se sentían comprendidos. Ninguno era muy partícipe de que la cuerda que sostenía su felicidad pensara con ponerle fin a todo, pero en cierto modo sabían que mientras estuvieran juntos jamás volverían a intentar poner fin. Las horas en el cine, en el sofá, en el tren, pasaban más rápido y estaban más completas. Serían imbéciles si decidieran ponerle fin.
Ahora que conocían esta parte más lúgubre de cada uno y sabían que la compartían, se sintieron más atraídos y completos. Creían que todo estaba solucionado, que juntos no habría problemas. Pero no, no era así. Nina seguía teniendo su problema y Santiago el suyo. Ninguno lo sospechaba. Las conversaciones profundas sobre depresión y suicidio a penas eran escarbar en la superficie de lo que ambos ocultaban. Ella llevaba ya siete años luchando contra su enfermedad y él llevaba nueve contra la suya. "¿Debería contárselo? Es parte de lo que soy. Pero, ¿y si se asusta y huye?" Volvían a hacerse las mismas preguntas. Sus inseguridades no les dejaban abrirse. Estaba claro que debían hacerlo, que debían sincerarse. Solo quedaba el cuándo.

- Nina, hay algo que tengo que decirte de mí mismo.
- Yo también. Creo que debes conocer esta parte de mí si esto va a algún lado.
- Va lejos, ojos negros. Confía en mí.
- Confío en ti. Confía en mí.
- Confío en ti, más que en mí.

No sabían por donde empezar, y empezaron con un beso. Con un beso que se alargó y dijo más que las muchas palabras que venían después. Jamás habían contado esto a nadie, por eso supieron que esta vez sería diferente.

- ¿Quién empieza? - Dijo Santiago.
- Déjame a mí...

Comentarios

  1. Continua la historia por favor, me encantó.

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  2. Por dios! Podría leerlo muchas veces seguidas y no pierde el encanto. Continuación por favor. Me encanta la manera en que escribe, me encanta.

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  3. Ya está la cuarta parte, ¡gracias por leer! http://amourutopique.blogspot.com.es/2014/04/el-arte-de-hablar-con-los-ojos_29.html

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