Es fácil (e incluso lógico) pensar que si sólo escribo sobre cosas tristes es porque siempre estoy triste. Pero la realidad es que mi vida está llena de cosas buenas que guardo en el cajón del egoísmo y que no quiero compartir. Los momentos de tristeza hay que compartirlos para que se hagan más amenos y llevaderos, claro, pero la alegría que persiste es mejor guardársela, conservarla para que no se acabe y compartirla sólo con aquellos que quieres ver felices para siempre. La soledad y la felicidad conservan cierto parecido: sólo tienen algún sentido si son compartidas.
Las cosas tristes pesan demasiado en mis hombros y por eso las escribo. No es cuestión de ser depresiva, es por pura comodidad. Soy más feliz escribiendo cosas tristes. 
Si no sabemos qué es la felicidad, ¿por qué juzgamos la del resto de la gente?
Las cosas buenas tienen el peso de una pluma y además son siempre un peso compartido. Hasta los recuerdos malos pueden ser momentos positivos si los compartes.
Supongo que depende del punto de vista. 
Nos hace falta una visita al oftalmólogo.

Comentarios

Entradas populares de este blog