Los buenos momentos pasan efímeros. Nunca existen en el presente porque antes de vivirlos ya se han esfumado y quedan atrás, siendo una pieza más en el puzzle de lo pasado.
Los colores del atardecer se desvanecen y el oscuro de la noche se come el cielo antes de que nuestra retina capte la majestuosidad del momento.
Es más fácil disfrutar lo que desaparece pronto, porque siempre esperas que vuelva y, cuando llega, vuelas.

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