Hoy es uno de esos días en los que tanto ansío la soledad. No quiero ver a nadie, no quiero hablar con nadie. Estoy cansada de ser una pieza suelta que va dando tumbos pero nunca encaja del todo en ningún puzzle. Mi intuición no suele fallar, cuando inspecciono la maraña siempre encuentro cabos sueltos. Ya no importa lo que piensen, ni me importa que nadie lea esto. Solo me importa la paz, la calma interna y el bienestar conmigo misma. Ese lujo que llevo persiguiendo varios años y que aún me trae de cabeza.
Los sueños raros que acontecen en mi mente me dejan varias pistas sobre cómo avanzar, pero al despertar solo son imágenes difusas. De esta noche puedo recordar a Alberti sentado en un banco, un bus en Buenos Aires y unos zapatos de tacón con los que podía correr. Coser no es lo mío, y ya no puedo hilar las pistas. Como siempre, me dejaré llevar. Aunque ya no sé si es un error.
Y hay quien cree que a mí me gusta hundirme, que me gusta inventar problemas que no hay. Y aún no sé cómo explicar que lo que no puedo es calmar a los demonios que hay en mi cabeza, que a veces se hacen más fuertes y no me dejan respirar, y se apoderan de mi mente, mi cuerpo y mi alma y no soy yo quien habla. No soy yo. Me siento menos yo. Y me siento un fracaso.

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