Tras tantos continuos rechazos no es tan fácil abrir tu corazón, por eso escribo donde nadie me lee, porque hay cosas que necesito decir pero no quiero que nunca se sepan. Las entierro a la vista.

La mayoría se lavan las manos: "Yo lo di todo por ti y tú nunca me diste nada a cambio, yo obré bien, tú mal. No supiste agradecer mi tiempo, mis preguntas, mis ofertas. No pude hacer más." Y yo pregunto: ¿De verdad me escuchaste cuando te abrí mi alma? ¿O sólo me trataste como estás acostumbrado a que te traten? La mayoría de la gente que me ha roto el corazón irá por el mundo hablando de mí como si fuese una egoísta, como si me conociese, cuando todas las palabras que yo decía se esfumaban en el viento que los rodeaba sin escuchar ni una sola.

Jamás digo nada en vano. Odio hablar por hablar. Yo siento todo lo que me rodea y me fascina hablarlo, me da vitalidad hablar de lo que me duele, del daño, del odio, del miedo, del amor, de la rabia. Pero no encuentro con quién.

Al final me encuentro formando un círculo forzado con personas que creen conocerme, pero que no lo hacen. Al final me observo desde lejos y sólo soy una figura nerviosa, ansiosa, incómoda, que sueña con irse a encerrarse de nuevo porque está cansada de querer hablar y obtener una respuesta que escuchar y sólo encuentra lo frío de una conversación vacía que se repite en el espacio y en el tiempo, y te hiela la sangre y las palabras.

Sólo quiero sentir la calidez recorrer mis venas y sentir que vivo por algo más que por mí. Vivo encerrada en mí: no porque crea que nadie más merece la pena, no es ego, es miedo al rechazo. La vitalidad me la da la gente, una conversación sincera, una risa profunda, un llanto conocido, el tiempo. Es un precio que me gustaría pagar.

Renacer. Si pudiese pedir cualquier deseo, sería volver a nacer. No en otro lugar, no en otro momento, creo que cada cual tiene su magia y su esperanza. Sólo quiero poder afrontar las oportunidades con otra cara, recuperar lo perdido, ganar lo que aún no tengo, conservar lo que por suerte persiste.

Nadie te debe nada; nadie me debe nada aunque yo decida entregarle cada uno de mis rincones internos. Pero me gusta pensar que aún hay gente que da sin esperar recibir, que está porque quiere estar, porque anhela conocerte, porque quiere verte sonreír, porque simplemente existe una conexión entre dos personas que no hay que explicar con las mismas teorías que se explica la economía del mundo moderno: aún conservo la fe de que exista gente que está contigo porque quiere y no porque quiere que tú estés para ellos en cualquier momento, sin importar tu estado, sólo porque se lo debes, porque la sociedad es una lacra, una lapa que se pega a tu espalda y te recuerda a cada momento que si ella estuvo tú tienes que estar aunque no puedas salir de la cama porque la angustia te está carcomiendo las entrañas, porque se lo debes y no hay excusas.

Todos quieren verte a su lado cuando sus familiares mueren, cuando rompen con sus parejas, cuando suspenden un examen o se declaran en bancarrota. Y ellos estarán ahí en los mismos momentos, para decirte "todo saldrá bien, ya pasó, no pasa nada, habrá más oportunidades". Estáis huecos. Vacíos por dentro. Me reconcome vuestra pasividad ante los sentimientos. Sois peores que ladrillos. Mirad en el pozo de unos ojos llorosos y preguntadles por qué no dejan de llorar, abríos para que se abran, no esperéis recibir el oro de un alma rota con solo mirarla. Hay que cortarse entre los cristales para encontrar lo valioso.

¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar por amar a un alma en pena?

El fondo de este asunto es que cada persona es un mundo que hay que estar dispuesto a conocer si quieres acercarte. Algunos mundos están más estropeados que otros y eso no siempre es un mundo de nuevas sensaciones como romantizan el cine, las series, los libros. Estos mundos quieren estar sanos y relucientes. No nos gusta ser la oveja negra del baile, no queremos estar un viernes noche en una habitación poco iluminada escribiendo algo que nunca llegará a su destino sólo por sentirnos un poco vivos. Si pudiese elegir, elegiría ser cualquiera menos yo. Pero soy yo. Y ser yo tiene implicaciones para mí y para quien decida (si alguien decide) acompañarme. No espero que me entiendas a la primera, no espero que permanezcas para siempre, no espero nada. Sólo quiero que no me juzgues, que no me eches de comer a los lobos hambrientos y que no te comas mi alma cuando te apetezca para después volver a dejarla en su sitio.

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