Aunque ya no lo parezca, lo que me hace más feliz son las relaciones íntimas y próximas, la cercanía, la complicidad, el no tener miedo a decirte que anoche estuve hasta las 3 pensando en situaciones que me abruman y que nunca pasarán.

Aunque no te lo parezca, hubo un tiempo en el que quise confiar, pero al final me arrancaron capa a capa la esperanza del alma. Solo algunos de mis esfuerzos llegaron a buen puerto y me mantienen las ganas de seguir navegando, de seguir pensando que no soy la última romántica y que habrá más gente que nosotros en el mundo pensando estas palabras y guardando fidelidad, esperando para ser entregada. Me han hecho sentir irracional por sentir profundo, por querer hablar de lo que siento cada segundo, por no quedarme en la superficie. Pero también me han hecho sentir que tiene un sentido y que no debería cambiar por no ser lo que en realidad no quiero ser.

Ahora que las cosas cambian tanto cada año, y cada segundo, como un cristal que estalla en mil pedazos que jamás vuelven a juntarse, sólo lo que tiene raíces profundas permanece. Los demás, os iréis, y no os recordaré. Faltó de agua y de luz. En otros casos fui más capaz, porque vi respuesta a mis estímulos, y lo necesito para creer.

Pero ahora que las cosas van a volver a cambiar, no sé de qué tengo más miedo: si de no volver a encontrar a nadie con quien conectar o de que todas las conexiones sean un hilo a medio romper.

Pase el tiempo que pase, lo que se queda a nuestro lado es con quien compartimos lo que sentimos y nos hace sentir como en casa. Hay que buscar más compañeros de vida y menos acompañantes de travesías de bares y resorts en Bali. El mundo se está vaciando por una herida abierta que brota oscuridad. Quédate con quien sea luz.

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