La sinceridad es un acto de riesgo. Jamás concebí la idea de no decir exactamente lo que siento, nunca se me pasó por la cabeza la idea de no decir lo que sentía con el propósito de confundir almas ajenas o jugar a ser un ser superior con ellas. Y como nunca lo hice, viví mucho tiempo con el error de que nadie más lo hiciera. Nunca pensé que la gente pudiese retorcer las ideas en su cabeza y afilarlas hasta hacerlas arma, no porque no se pudiese, si no porque ¿Por que? ¿Para qué? Abrí los ojos tarde, como cuando sales del agua y al abrirlos te ciega el sol, como cuando despiertas de un sueno y te niegas que no sea real. Cada uno de estos descubrimientos rompen mi corazón demasiado inocente para un mundo cruel un poquito más. Hasta he pensado en adoptar sus costumbres, en hacerme una coraza de hierro y utilizar el don de las palabras para hacer daño, el sentido de la lógica para entretejer las maldades. Pero no lo haré. No pienso redimirme. Seré yo aunque eso me lleve a la tumba. No puedo decir que lo siento ni que no lo siento, no puedo decir que quiera que todo el mundo sea más como yo ni que yo quiera ser un poco más como el mundo. Pero tampoco puedo decir que todo eso no sea verdad.

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