"Por mi mala costumbre..."

Me he malacostumbrado al beneficio de coexistir en otro cuerpo. La suerte de poder anidar en un sitio que alguien ha calentado para ti se desvanece antes de que preguntes por qué, y nos parece injusto, pero lo único que es, es real. Me cerré a mí misma desde el segundo cero, y jamás logré cambiarlo, pero alguien logró que me abriese; alguien logró mirarme aunque yo cerrase siempre los ojos delante del espejo. Jamás pensé que eso ayudase tanto.
Tenía miedo de mí misma, de lo que podía esconder, de lo que realmente era, de no serlo nunca. Estaba asustada, temblorosa, constantemente con el escudo activado, sin querer saber nada de lo que pasaba ni de lo que ocurría. Vivir en las nubes no es vivir, es dejar pasar el tiempo. No fue fácil y no sé decir en qué momento todo cambió, de hecho creo que no fue un cambio brusco, sino progresivo, tan lento que ni yo pude ver que los grises empezaban a diferenciarse y casi parecía distinguir algunos tonos menos mediocres. Pero pasó.
Ahora diferencio mi realidad de lo que antes solo era sueño, ahora puedo decir que he aprendido a vivir. Y ahora que he podido hacerlo, veo más cerca que nunca el fin de aquello que me hizo cambiar.
No puedo negar que me habría gustado abrir los ojos a la realidad por mi cuenta, pero necesito de la gente. El problema fue siempre que "la gente" no encaja conmigo, o es al revés, quién sabe (y a quién le importa). Pero aquel empujón, aquel sobresalto, aquel rayo de luz de luna sucedió de forma diferente cuando menos lo esperaba y me ha cambiado, me ha roto los esquemas, de la forma que menos me lo esperaba.
Quién podría haber imaginado esta situación. Lo lejos que llega todo, lo rápido que pasa el tiempo cuando se está en pleno cambio. Sin dudarlo, lo que más logró enamorarme, lo que hizo que todo fuera, por una vez, diferente, fue el haber ido creando un hueco, un espacio, en el que me anidé, el que me quedé descansando a la vez que cambiaba todo mi mundo.
Y ahora, ¿qué? Ahora que he alcanzado el punto de inflexión en el que todo cambia a algo más real, más puro, pierdo lo que me ayudó a saltar. La situación más real y complicada en la que me he visto en lo que llevo viviendo de verdad.
Demasiados cambios, demasiado poco tiempo. Cuando pensamos en cambios, nos viene a la cabeza algo que nosotros hemos elegido cambiar, algo que nos apetece hacer de forma diferente, para salir de la rutina, para ser más felices. Nadie me dijo nunca que en esto de la vida de verdad hay cambios impuestos, cambios obligados, cambios que tú no quieres hacer. Nunca imaginé que vivir de verdad también suponía arriesgarte a perder algo que amas de verdad de la noche a la mañana (no nos engañemos, hasta que no sabemos qué es real, no amamos realmente), sin posibilidad de regresarlo. Y qué difícil y cuesta arriba se hace todo cuando tu golpe de suerte, tu luz, tu realidad y tus cambios están todos en el mismo hueco en el que te anidas.
¿Qué será de lo que soy ahora? ¿Volveré a ser lo que fui, ahora que sé que en realidad, no era? Cambio impuesto, miedo perpetuo.
Solo quiero alargar la espera lo más posible, negar que llegue ese día, alejarme, cerrar los ojos, gritar. Y, sin darme cuenta, volver a no vivir...
Cuando llegue, comenzará una nueva lucha. Mientras tanto, solo quiero aprender a iluminarte cómo tú me iluminaste un día.

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