Ya todos coinciden en que lo que nos mata nos hace sentir vivos, en que el miedo nos dice que es real, que respirar no sirve para vivir. Tal vez esa sea la esencia de la diferencia entre vivir y sobrevivir. Es fácil dejarse llevar en el vaivén de las agujas del reloj, dejar que todo pase, que todo fluya, que suceda sin más, sin cambios, sin tomar partido. El mundo nunca deja de girar, y esa fuerza inercial que todo lo mueve hará que sigas respirando por un tiempo indefinido. Pero si es sólo esa inercia la que te mueve, ¿qué te queda al final de tantos suspiros? Es difícil agarrarse a las oportunidades de hacerlo diferente porque son efímeras y se esfuman rápidamente, como estrellas fugaces en un cielo despejado,  pero siempre nos queda ese impulso inercial y enérgico para dar a luz a nuevas estrellas, a nuevos momentos, a nuevas luces. La clave está en no parar, en no dejar que nada te anule, en no desistir ante los contratiempos y nunca decir "que pase lo que tenga que pasar". Lo que tiene que pasar no es ni la mitad de bueno de lo que tú puedes hacer que pase. Es difícil verlo con tanta venda puesta delante, es difícil moverse con cadenas que no se ven y no sabes siquiera que están ahí, ni cómo romperlas, pero siempre habrá alguien que te diga que te pares dos segundos, cojas aire y salgas a correr. Hay que saber escuchar todas las voces que quieren ayudarlos, y las que no también.

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