El odio y el amor van de la mano.

Hasta la persona más fuerte sabe cuándo decir basta. Hoy tiro de tópicos y os mando a todos a tomar por culo. Nunca nadie supo cómo tratarme, cómo quererme o cómo hacerme sentir real. Todos se mueven por el peso de su propio culo y no ven más allá de su ego. Algunos intuyen que existe vida inteligente más allá de su ombligo pero ir a buscarla se hace demasiado pesado. Pero, eso sí, a la hora de opinar vamos de sobrados. Qué ganas de meterse en medio del camino, de tener la atención durante medio segundo y sentir que tienen el control. ¿El control sobre qué, palurdo ignorante? ¿Acaso es un logro ser rematadamente gilipollas? Vivís en un mundo en el que adoráis a la mierda como si fuese oro reluciente, y os la tragáis sin siquiera procesar. Y cómo os encanta ser absurdos, cómo no os enteráis de nada. Siento lástima, asco y envidia a la vez. Envidia porque mi condena es, tal vez, saber demasiado. Aunque luego lo pienso un poco mejor y preferiría estar bajo tierra a ser escoria social como vosotros. Ojalá os enteréis algún día de que mi camino es mío y lo retuerzo a mi gusto, que mi cuerpo es mío y hago con él lo que quiero y que jamás de los jamases actuaré para complaceros porque el único placer que me importa es el mío y el de la gente que lo merece aunque sea por un tiempo. Porque todo se acaba, pero vuestra imbecilidad es eterna. Y mis ganas de desparecer, de perderos de vista crecen exponencialmente, como 6^X donde X es igual a vuestras ganas de verme mal, de hacerme sentir vulnerable. No funciona. Pero sí funciona con la gente a la que intento salvar, y eso es lo que me da más coraje, ver cómo todos entre todos os hundís en el fango. Pero me da igual. Pudríos todos ahí, que yo sigo con lo mío. Conmigo. Y sin mí.

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