¿Dejamos hablar al corazón o vamos un poco más arriba?

Se acabó. Una persona muere cuando descubre la realidad en sus ojos frente al espejo.
Descubrí que la mejor manera de conocerse a uno mismo es hablarse como si hablásemos al viento y las palabras fueran a perderse para siempre a la par que salen de nuestra boca. Pero parece que al escuchar mi propia voz hablar sobre lo que no me atrevo a pensar el mundo se vuelve menos frágil. Retumban los cristales y mi voz se adhiere a las baldosas de las paredes. Coge impulso al salir de mi garganta y las palabras empiezan a pesar un poco más, se agolpan en mis pies y siento que levito. Nunca tendré tanta confianza con nadie, ni conmigo misma.
Mi subconsciente y yo nos llevamos bien a ratos, cuando somos personas distintas, cuando nos damos tregua y nos sentamos a hablar uno frente a otro. Pero cuando intentamos darnos la mano y caminar, todo se difama, todo parece gris y se confunde.
A veces parece fácil, cerrar los ojos y dejar hablar al corazón. Pero es difícil. Más que difícil, imposible.
¿Sabéis por qué nos cuesta tanto dejar hablar al corazón? Porque el corazón no sabe hablar.
El corazón sólo sabe latir y latir hasta que se cansa, hasta que se aburre o hasta que es demasiada la presión que soporta.
Imaginemos ser un corazón. Tú y yo ahora mismo somos corazones. Bum bum bum bum. ¿Qué se te ocurre hacer? ¿Se te ocurre hablar? No, ¿verdad? Te pasas la vida rodeado de sangre sucia, vives una rutina de empresario que te hunde poco a poco y bajo la presión constante de alguien que, desde arriba, siempre te dice que quiere más. Que quiere que latas más fuerte. Que quiere que le hagas más feliz. Que quiere sentirte ahí, que quiere escuchar tu voz. Y tú ya no tienes voz, porque empezaste a moverte algo empezó a morir. Así que vives por inercia, por impulsos y sin poder rechistar.

¿Por qué siempre nos exigen más de lo que podemos dar?

Comentarios

Entradas populares de este blog