Perro negro.

Escribo. Escribo por todos esos secretos que solo tú supiste comprender y yo ni siquiera te conté, porque me sigo acordando de ti y sonrío como una imbécil solo pensando aquellas payasadas que me hacían perder la poca cordura que me quedaba. Escribo por todos esos recuerdos que ya ni siquiera me pertenecen, que se confunden con mis sueños y con mis pesadillas y se difuminan como un dibujo de acuarela que se moja. Escribo con las entrañas, escribo más por mí que por ti, escribo porque no sé gritar. Y digo escribo donde debería decir sangro, "porque escribo igual que sangro, porque sangro todo lo que escribo". Antes había lágrimas donde ahora bailan letras. Letras que poca gente entiende, que menos gente lee, pero que a mí me están ayudando a mantenerme con vida mientras cierro los ojos. Poca gente entiende, pero todo el mundo opina. Cuando escribo mis demonios se vuelven mis musas y los siento reales, se calman con la evolución del sentido. Cada vez que cojo el lápiz, o en su defecto este ordenador, toman asiento y cruzan las manos y me miran y me sonríen y me abrazan. Es el único momento en el que nos llevamos bien, y por eso lo hago. A veces creo que si sigo escribiendo tanto acabarán por desaparecer, pero ellos son los únicos que están conmigo siempre. Y si no fuese por ellos no te conocería a ti, literatura. Así que no puedo dejar de darles las gracias, porque mi mejor desahogo es mi mayor vocación.

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