... por favor, no tardes.

Tenía los labios negros y la sonrisa más brillante que cualquiera. Sabía abrazar con los ojos a diez kilómetros de distancia. Convertía las nubes grises en nubes de color lila y rosa claro, y hacía de cualquier momento un inolvidable amanecer. Yo lo miraba y el mundo que conocía parecía evadirse a otro, y podía volar sin levantar los pies del suelo, y me sentía levitar sobre las cabezas de la gente corriente. Me hacía sentir única, especial, diferente, inmensa. Viví con miedo a su lado, porque pensé que cuando se fuera se llevaría todo aquello consigo. Así somos, subimos pensando en la bajada. Pero él nunca fue corriente, nunca fue lo que esperaban de él, así que no lo hizo. Me regaló todas aquellas sensaciones y cuando estoy triste o me apago sin un motivo aparente puedo darle al botón de reiniciar y me renueva la energía. Ha hecho que mi autoestima sea reciclable y nadie en el mundo sabe hacer eso. Ni siquiera sé a quién estoy escribiendo, ni siquiera sé si se ha ido, pero sé que sigue viviendo aquí dentro y que cualquier día me lo encontraré de frente, y entonces sabré que era eso lo que estaba esperando. Porque el corazón es así, es caprichoso, y no sabe lo que quiere hasta que lo encuentra, y mientras tanto juega con nosotros y anda sin buscarlo pero sabiendo que anda para encontrarlo, y no nos deja parar. Le daré las gracias el día que te conozca. Pero...

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