La plenitud se confunde con el vacío.

Ocurre que estamos tan llenos de cosas que no somos capaces de verlas. Todos esos miedos, esos monstruos, esos versos, esas lágrimas, esos recuerdos, se apilan delante de nosotros y nos impiden ver qué hay detrás. Entonces solo vemos una montaña de mil cosas y creemos que no hay nada, que solo estamos mirando al vacío. Es tan cierto eso que cuentan de que a veces tenemos las cosas justo delante de nosotros y no sabemos reconocerlas... Ese es nuestro error, nos creemos ciegos pero en realidad todo lo que ocurre es que no queremos ver o no sabemos elegir. De toda esta montaña que tenemos delante, ¿qué puedo coger para seguir mi camino? Tal vez simplemente deba dar una patada al montón de cajas y derrumbar su cuidadosa estructura, pasar por encima y no volver a mirar atrás. También nos queda esa opción. Tal vez lo que deba hacer es guardar en una caja todas esas cosas que no quiero volver a ver y después quemarla, y tirarla al mar donde nadie pueda encontrarla jamás y no sufrir sus desperfectos. O tal vez deba meter todos mis miedos en la caja más fea de todas, dejarla delante de tu puerta, llamar al timbre y salir corriendo. De todas formas, ¿qué más da? Son tuyos. O tal vez deba meterme yo en una de esas cajas, cerrar los ojos y abandonarme al vacío. Todas esas ideas son tan sugerentes, tan atractivas... y tan oscuras. Voy a coger cada una de las mil cajas que no me dejan seguir porque pesan demasiado, porque me tapan la vista y no me dejan ver el amanecer. Las voy a coger y las voy a ordenar por contenido... Las cajas con miedos e inseguridades las dejaré abajo, para poder pasar por encima de ellas cuando sienta que vuelven a acechar para intentar hundirme. Justo arriba pondré las cajas con recuerdos desagradables y las precintaré bien, para no volver a abrirlas jamás y ganarle esta batalla al pasado. Estas cajas y las anteriores las voy a pintar de colores vivos que oculten el color amargo y la penumbra que esconden, y las apartaré a un lado, dejándolas apiladas, olvidadas con desprecio. Las cajas de los sueños y las metas por cumplir son demasiado grandes para llevarlas a cuestas, pero las voy a poner a ambos lados del camino para saber por dónde debo guiar mis pasos, ya que son ellos los que acompasan mi ritmo. Los sentimientos en mí no son muy abundantes, pero puedo jurar que sí son puros, así que los voy a meter en una mochila y me los voy a colgar a la espalda, para volver a sentirme viva. Tus recuerdos, sus recuerdos y todo lo que la gente fue dejándome al paso por mi vida lo voy a meter en una caja grande adornada con lazos de colores, como si fuera el mayor de los regalos, y la voy a dejar en la orilla de un río para que el curso del agua y de la vida haga lo que considere con su destino; tal vez vuelva a rencontrarme con mi pasado o tal vez no, pero si ocurre será algo como siempre pasajero y prometo que agradable. El resto de cajas no me voy a molestar en ordenarlas, simplemente voy a dejarlas ahí, a sabiendas de qué están ahí, pero sin saber qué tienen dentro. Conforme pase el tiempo tal vez vuelva y las abra y descubra qué escondían. Tal vez ahí esté el secreto de por qué esto y por qué aquello y por qué tú y por qué no yo. Pero ahora mismo no estoy preparada para su contenido. Lo único que queda claro después de todo esto es que voy a volver a ver, no voy a seguir confundiéndome. Tengo claro que tengo mucho por dar, mucho por recibir, mucho por sentir y voy a intentar mantenerme viva hasta sentirme como tal.

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