Aguasal.

Qué bien sienta ayudar a todo el mundo, estar ahí para escuchar sandeces y más sandeces que la gente se empeña en llamar "problemas", solucionar cualquier mínimo imperfecto en sus vidas. Sienta tan bien. Sobretodo sienta bien cuando después de haberte entregado en cuerpo y alma a alguien que requisaba tu ayuda llegas a casa, y te sientas en la cama, y el silencio te absorbe y la soledad te hunde. Te das cuenta entonces de que estás solo rodeado de mil personas, porque no hay nadie que sepa escuchar el grito de tus ojos. Siempre estás ahí para el mundo pero, ¿cuándo está el mundo ahí para ti? Nunca. Qué frágil la vida, ¿verdad? Si no tomara la dosis adecuada de pastillas hoy, si las mezclara con algún licor barato, si un cuchillo se resbalase en mis muñecas treinta y seis veces... La soledad es preciosa para descubrirte y reinventarte a ti mismo, pero cuando después puedes contarle todo esto a alguien. La soledad es como la prohibición pero al revés; nos gusta si no nos la imponen. Si te sientes solo por no tener a nadie en quien confiar el mundo pesa demasiado. No sé quién va a poder curar este lumbago.

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