Vesania.

Las mentiras recogidas en un beso me espantaron en uno de mis apacibles sueños aquella media noche. Me levanté gritándole a las paredes de mi habitación que no te fueras. Salí corriendo de mi refugio y bajé las escaleras de dos en dos, abrí la puerta que daba a la calle y me expuse al aire caliente y la lluvia fría. Me senté en el alquitrán mojado de la carretera y empecé a llorar hasta el punto en el que no sabía si lo que resbalaba por mi cara era agua de la lluvia ácida o las lágrimas saladas que brotaban de mis cuencas, pero escocían.
¿Dónde estabas? En esos momentos solías aparecer con la sonrisa bien puesta y los ojos bien abiertos, y se disipaban las brumas. Aquella noche no apareciste y eso me recordó que ya no estabas. En mi mente comenzaron a confundirse los recuerdos como en un dibujo de acuarelas que se moja, y ya no supe ni siquiera si eras real o solo un sueño.
¿Tanto tiempo había pasado? Eché a correr. No me preguntes por qué, ¿vale? No lo sé. Necesitaba correr, como huyendo de algo o de alguien. Y corrí durante horas, descalza y sin peinar, por todas las calles de esta maltrecha ciudad. Menuda imagen de mí misma: el camisón viejo azul pastel, los pies ennegrecidos del polvo, un recogido en el cabello a medio deshacer, el maquillaje del día anterior difuminado por toda la cara a causa de la lluvia de mis ojos y el llanto de las estrellas, y corriendo en mitad de la oscuridad de las calles y la luz de la Luna. Y, ¿sabes qué descubrí? ¡Que no podía huir de aquello de lo que estaba huyendo! Y, ¿sabes por qué? ¡PORQUE HUÍA DE MÍ MISMA! Sí, corrí y corrí intentando alejarme de mí y acercarme un poquito más a ti. Y tú no estás, y yo soy como una lapa pegada a mi propio culo. Qué injusto, eh.
Me encontraron varios días después, echa un ovillo bajo el árbol en el que solíamos subirnos a ver las estrellas. Me llevaron a un extraño edificio, era muy grande. Por dentro era todo muy blanco y olía a nada. Era un olor entre limpio y mierda. En una habitación, una mujer me hizo contarle todo lo que sentí aquella noche. Yo no quería, no quería. Son mis emociones, son lo único que me pertenecen. No me van a quitar tus recuerdos, por mucho que me duelan.
Ahora estoy en mi cama otra vez. Ya han pasado varios meses de aquella noche y no recuerdo cuántos años desde que te fuiste. Tengo miedo a dormirme y volver a verte en sueños. ¡No quiero verte! ¡Vete! No dejo de soñar contigo, con soñarte en aquel prado con flores y olor a algodón de azúcar, a nubes con formas de ovejas y a risas con sabor a sueños. ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué aún no me has dado una respuesta?
Yo sé que lo que me dijo aquella señora en la habitación fría del edificio con olor raro no es verdad. Tú sí existes. Tú sí exististe. Las voces que oigo en mi cabeza, las imágenes que veo en sueños. Tus recuerdos. Son verdad. ¿O realmente estoy tan vacía que tuve que inventarme que en otro momento fui feliz para olvidar mi tristeza?
Jamás podrán entendernos... ¿Verdad? Ahora cerraré los ojos y me dormiré. He tomado muchas pastillas hoy, y creo que varias copas demás. Ya te veo. ¡Sí! ¡Te veo! ¡Estás ahí! ¡Nunca estuve loca! ¡Estás aquí! Espérame, correré hacia ti. ¡Este sueño es real! ¡Y nunca más despertaré!

Comentarios

Entradas populares de este blog