Pas le paradis.

Me levanté aquella sucia mañana de domingo, con dolor de cabeza y un sabor a mierda en la boca. "Rutina", pensé. Fui hacia la cocina y estaban mis padres y mi hermano allí, esperándome para desayunar. Cogí un ibuprofeno y volví a meterme en la cama. Era invierno, hacía frío. Me tapé hasta el cuello e intenté volver a dormir...
Mi móvil empezó a vibrar. "¿Quién coño es un domingo a las diez de la mañana?" Eras tú. Sí, tú. Joder, tú. En el momento justo y preciso. Qué manera de calcular, eh. Con todo el asco que tenía en el cuerpo sonreí. Joder, sonreí. Me hiciste sonreír hundiéndome en el fango. Como te odio.
Contesté tus mensajes de buenos días. Me pareció tan extraño que estuvieras levantado tan temprano. Pero me hizo feliz, feliz de verdad. Porque si, me hacías feliz. Hacías.
Me recoloqué en la cama y hablé contigo durante todo el día. Las horas pasaban volando a tu lado. No sé cómo lo hiciste; descubrí contigo la eternidad de un segundo y lo efímero en dos meses.
Fue así, cada domingo. Hiciste de mi rutina otra rutina completamente nueva y eso me hacía sentir completa. (¿Por qué coño te fuiste?)
Cada domingo era inmenso entre los susurros de tu boca. Hasta el último domingo, en el que te despediste de mí. Frío y sin amor. Y descubrí que había sido así siempre.
No estás leyendo esto, eso lo sé de antemano. Tampoco espero que lo leas pero, ¿recuerdas que dije que te escribiría cuando hubiese pasado página? Pues te estoy escribiendo.
C'est la vie.

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