Big bang.

La vida es cúmulo de cosas que no tienen sentido, que se ahogan en un vaso, que se hunden en el fondo de un tequilero. La vida es todo eso que vemos, lo que no vemos, lo que imaginamos y lo que otros imaginan. Y sin saber qué es la vida y qué no es, nos atrevemos a hablar sin tener ni idea, a establecer parámetros y patrones, a clasificar por orden y a inventarnos reglas que no tienen ninguna base. Si las teorías más famosas y respetadas no son más que el fruto del invento de la imaginación de un científico, ¿por qué la gente que inventa en su mente mundos extraordinarios está loca? No nos paramos a pensar, últimamente. Para pensar hay que sentir primero, porque pensar no es algo mecánico. Está francamente bien que construyamos robots que hagan más fácil nuestro día a día. Lo que es francamente inadmisible es que nosotros nos convirtamos en ellos. Y yo no me canso de sentir cada día cosas nuevas que a veces me confunden y otras veces me llenan, para después pensar y establecer una reflexión que me lleve a la cima de la nada para luego darme cuenta de que no necesito alcanzarla. Está bien vivir así, aprendiendo que nunca aprenderé porque aprender no es algo que nos concierne. Podemos entender pero no todo. Siempre nos quedamos con ansia de más, y no debería ser ansia, debería ser certeza. La certeza de que siempre hay cosas nuevas que sentir, que pensar, que descubrir, que hacer, que ver, que escuchar. ¿No es genial? Es mucho mejor que intentar controlar algo que no nos pertenece. Pero pensemos en romper el mundo impuesto, los porques y sus por qués, lo establecido y lo por establecer. Que yo no quiera vivir no significa que no ame la vida.

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