Merece la pena, no la merece.

A fuerza de preguntarnos si merece la pena seguir la respuesta se convierte en no. ¿Merece la pena seguir? ¿Debo seguir? La angustia que ese existencialismo nos produce acaba por hundirnos en el pesimismo y la desgana. (A algunos nos venía de serie, pero si puedes evitarlo, deja de preguntarte si merece la pena vivir, y vive.)
Vivir y ser feliz quedan demasiado alto dentro de mis posibilidades. Poco a poco asumo que es esto lo que me queda, y mi existencia se limita a robar oxígeno, observar como pasa el tiempo y sobrevivir. Aún queda esperanza, aunque la mínima. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, porque hay una gota que solo se pierde cuando llega nuestro fin. Esa es la que a mí me queda hoy. Esa brizna de esperanza solo me dice que existe un cambio radical en el mundo que me haría feliz, pero no es suficiente para convencerme de que puedo lograr ese cambio. Por tanto, así sigo, dejando que el tiempo pase, soñando con un cambio que no puedo conseguir, anhelando que alguien pueda devolverme las ganas de luchar por él, pero sabiendo que no llegará.
Vivir, sobrevivir, anhelar...

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