Y fue en el eco de una voz...

Ese susurro no viene de fuera. Ese susurro, esa voz bajita y agobiante está en mí. Está aquí ahora. No mamá, los monstruos que me asustan ya no viven debajo de la cama, ni siquiera en el armario. Ahora viven en mi cabeza. ¿Los oyes? ¿Los oyes tú también? Repiten lo mismo, una y otra vez, cada vez más pesado, cada vez más intenso. No, esa voz no habla con palabras como nosotros las conocemos. Esa voz nos susurra qué hacer en cada momento sin necesidad de tener una lengua. Pero ahora que se ha apoderado de mí cabeza, dime, ¿cómo me desahogo de esos insultos? 
"Deja de repetirlo. Ya sé que no soy suficientemente buena. Ya sé que no merece la pena seguir viviendo. No, esta vez no te voy a hacer caso. ¿Qué quieres que haga con ese sacapuntas? Prometí no volver a hacerlo. No grites. Déjame en paz. Me da igual lo que la gente piense de mí. Estoy orgullosa de lo que soy, no me importa. ¿Qué pasa con el espejo? Me da igual lo que diga la báscula. No... déjame dormir. Cállate, ¿quieres? Está bien, mañana tendré más cuidado. Sé que debo cambiar. No, no quiero morir sola. Me esforzaré, lo prometo... Lo haré bien. Pero no grites, por favor, no lo hagas otra vez. Cometo errores, no me juzgues. Sí, se que doy asco. ¿No le importo a mi familia? Tal vez tengas razón. No, no merece la pena. Debo seguir saltándome comidas. Haré todo lo que me pidas, pero no grites..."
Empieza en susurro y acabas obedeciendo sus voces. 
Ese es nuestro mundo. Acaba envolviéndote.


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