La soledad sabe a sal.

Tras la aparente sonrisa siempre dispuesta en mi cara, se escondían los sentimientos más macabros que cualquier cabeza pueda imaginar. Nadie sabe nunca qué hay detrás de esa elegante curva que aparenta serenidad.
Pasé por una época de soledad, de vacío interno y de sudar complejos por cada uno de mis poros. Fue esa clase de época que gran parte de las personas de esta sociedad sufren alguna vez; te dejas influenciar por el qué dirán de ti, te preocupas hasta llegar al agobio por el qué pensarán y el cómo te verán desde fuera. Yo era una fina hoja de papel y el viento soplado por la sociedad me movía a su antojo en un vaivén de angustia, soledad y depresión. Pero la fina hoja de papel tornó roca y está dispuesta a golpear a quien intente torcer su camino.
Todo empieza con un simple "gorda". Son cinco letras. Dos sílabas. Un susurro. Mil complejos y un estallido emocional. Ese susurro se va haciendo más intenso cada vez, y más, va en aumento, hasta ser un grito que retumba dentro de tu cabeza una y otra vez y te hace chillar y gritar para intentar calmarlo. La gente no sabe lo que puede cambiar una palabra.
Cuando menos te lo esperas, estás dentro de un mundo del que nunca quisiste formar parte. Noches enteras entre lágrimas y cuchillas sacadas de sacapuntas o viejas cuchillas de afeitar. Cuchillas oxidadas que resbalan por tu fina piel y hacen brotar hilos de sangre que te hacen sentir que sigues siendo real. Es algo difícil de explicar, y horrible de sentir. La soledad te consume y la depresión te agota. Nunca vas a ser suficiente para esa voz que no calla. 
No puedo recordarlo sin sentir un escalofrío recorrerme la columna vertebral.
Empecé a vivir en un pozo que yo misma estaba cavando y del que jamás pensé que podría salir. Nunca quise arrastrar a nadie al fondo, ni quise pedir ayuda, porque temía que alguien más cayese conmigo. Son demasiadas emociones demasiado fuertes para una sola persona. Las secuelas son irreversibles. Pero al fin y al cabo, acabas aprendiendo. Aprendes que no quieres vivir más en ese pozo y algo en ti quiere salir de ahí. No puedes. Es inútil. He vivido recaídas y recaídas, luchando por salir y volviendo a darme contra el suelo. Más de cien veces. Acabé cansada de tanto llorar por no quererme. Pero, ¿yo no me quería? ¿o me hicieron no quererme? Uno de los grandes motivos por los que ahora lucho contra este sistema, es porque fue él el que hizo que yo sintiera que no era suficientemente buena y que jamás lo sería. Yo no me quería, pensaba que no servía para nada, vivía en plena soledad, no era capaz de abrirme a nadie por miedo; miedo al fracaso, al rechazo y al ridículo. Me hicieron sentir vana e inútil, como si yo no fuese más que un estorbo. Y hasta cierto punto lo creí. Acabé pensando que el problema era mi físico. Claro, en ese momento era más débil que hoy y mi inteligencia emocional era un caos. ¿Qué podía pensar? En la televisión, la publicidad, las revistas de moda, deportes, y hasta en los libros, aparecen las mujeres con éxito idealizadas con ojos azules, pelo rubio, y un cuerpo delgadísimo hasta resultar enfermizo. El razonamiento lógico de una persona que ya venía sufriendo problemas de autoestima, seguridad y complejos desde la más tierna infancia, sería pensar que necesitaba ser un esqueleto andante para ser feliz. (Bendita estupidez.) Y es que yo, desde siempre, he sido gorda. No, no gordita, gorda. Llamemos a las cosas por su nombre. Y la palabra GORDA es un insulto en nuestros días. Crecí bajo la presión de esas cinco letras y me sentí indefensa ante tantos cuerpos delgados en televisión. Tras perder una cantidad importante de kilos (unos 12, si es que os interesa) me di cuenta de que ese no era el problema. En parte, me ha beneficiado mucho perder ese peso, me ha dado más salud y seguridad en mí misma ahora que me veo con otros ojos. Pero no, ese no era el problema. ¿Entonces? ¡Oh, dios mío, el problema soy yo! Depresión. Días enteros encerrada en casa bañada en lágrimas y con pulseras tapando mis muñecas. Y la cadera ni asomarla. ¿Es eso vivir? No, eso no es vivir. Una adolescente está en el momento de comerse el mundo, no esos marrones. Pero entre tantas ocupaciones que me busqué para no pensar en comer ni en coger las cuchillas, una de ellas fue la lectura. Junto con el ejercicio físico, claro. No leía, bebía libros. Y también me aficioné a la música... Hoy doy las gracias a Marx, a Engeles, a Eduardo Galeano y a miles de poetas de la revolución, a Pablo Hasél, a Los Chikos del Maíz, a Arma X, a cantautores anarquistas, por abrirme el camino de nuevo. Caí en ese pozo y lo cubrí de piedras; no podía salir. Pero estos grandes me enseñaron que siempre hay más caminos, y que si no podía salir por arriba, siempre podía hacer un camino subterráneo y volver a salir a la superficie.
Gracias a esta época de mi pasado que hasta ahora no me había atrevido a mencionar, hoy soy quién soy. Este es uno de mis mayores motivos para tener ganas de luchar y de cambiar el mundo en el que vivimos. No quiero que nadie más pase por lo que yo pasé. Tú que lees esto; siempre hay un motivo para luchar, por favor, resiste. No te conviertas en una pieza más de su juego. Solo quieren verte hundida para que no supongas un problema para ellos. Pero hoy yo he sido capaz de pasar página y quemar el libro, y empezar otro nuevo. Ahora tengo ganas de luchar, me conozco a mí misma y me siento segura. Sí, segura. Tengo confianza en mí misma, puedo mirarme al espejo y no sentir ganas de llorar, he aprendido a quererme y a querer y me siento con ganas de comerme el mundo. Soy feliz. Y quiero hacer mil cosas con mi vida. Hoy he vuelto a nacer, y esta vez he nacido gritando "libertad". No volveré a permitir que nadie me haga sentir como un día me sentí, no volveré a dejar de comer, ni a dejar que nadie me oprima ni me haga sentir que no soy suficiente. Tengo capacidad para hacer lo que yo decida. Es mi vida y hoy solo quiero mejorar, y mejorar. Pero jamás volveré a sentirme hundida. Y en nombre de la libertad, moriré luchando. Mientras yo viva, nadie a mi alrededor se sentirá mal consigo mismo por este sistema capitalista manipulador.
La confianza en uno mismo es la mayor arma contra este sistema. Derribémoslo juntos.

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