Tiempo de altibajos.

Te sientes el amo soberano del mundo. Estás en la cima. Puedes con todo, nada ni nadie te hará sentir inferior. Eres tan fuerte que nada se te resiste. Afrontas cada nueva situación con ganas, con valentía, con la seguridad y la certeza de que nada saldrá mal. Todo parece ir sobre ruedas. Te miras al espejo y sonríes, te sientes orgulloso de lo que ves reflejado en ese triste espejo. Admiras cada uno de tus logros y te esfuerzas por mejorar de cada uno de tus errores. Sueñas con que esta sensación dure para siempre...
En esta vida nada es para siempre. 
Es martes 13, pero tú no eres supersticioso. Has puesto el pie izquierdo sobre el suelo frío sin darte cuenta de que el derecho seguía en la cama. Comienzas el día con una sonrisa, todo saldrá bien, ¿recuerdas? Pues hoy no. Tropiezas. Algo falla. Te levantas rápido, solo un susto. Vuelves a tropezar, esta vez más fuerte, te cuesta más levantarte, pero lo haces. Te caes. Te vuelves a caer antes de levantarte. No te levantas. ¿Qué pasa? Un error detrás de otro. ¿De dónde viene esto? Ya nada me sale bien. ¿Qué ha cambiado? Las cosas se tuercen, el camino se dobla, las esperanzas se hacen polvo y el viento se las lleva. Sientes el dolor que te desgarra las entrañas, sollozos sordos te estremecen y tu cerebro se bloquea.
Siempre es lo mismo, la misma historia de siempre. Vas a etapas, unas buenas y otras malas. A veces, unas son malas y otras peores. Pero siempre a etapas. Etapas extremas, no tienen nada que ver la una con la otra. La perfección está en el equilibrio entre ambas. Pero hoy, hoy es un día de una mala racha y no tienes fuerzas para luchar.

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